“Una niebla negra se deslizaba sobre la gran planicie arrastrando consigo un cántico cruel que helaba los cuerpos bajo las armaduras de metal. Sobre ella se acercaban al galope cinco jinetes cabalgando negras monturas que resollaban al compás de las ballestas. Una funesta lluvia de astilla y hierro caló en las cotas de los disciplinados hombres del imperio.
La pólvora estaba mojada, las camisas teñían de carmín. El aliento de sus comandantes no fue suficiente para llenar los pulmones de cálido fragor, pues el frío negro había calado ya muy hondo… demasiado hondo.”
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